Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
6 de mayo de 2020

O tal vez debería titularlo hoy «hurgando entre la basura con esta prominente nariz «metementodo» con la que Dios me proveyó»; porque los recuerdos desagradables se agarran con fuerza, cosidos por una doble costura —tristeza de ida, vergüenza de vuelta—, bordando con ello la terrible paradoja del desgarro emocional de unos pensamientos rotos que no debieran regresar a tu mente una y otra vez.
Son esos inconvenientes que surgen por estar varados en mitad de la madre de todas las encrucijadas, donde la inhabilitación física actúa de manera inversamente proporcional a la hiperactividad mental. Tanto es así que, por momentos, sufro el vértigo, la ansiedad por avanzar en este proyecto humano mío de 54 años.
Para estas cosas, dicen que el yoga es mano de santo o de santón; pero, dejando a un lado ejercicios de trascendencia mística, creo que el mundo —ya se desaten pandemias o las siete plagas— debiera concederme la oportunidad de disfrutar del momento presente, en el que este padre — en lo sucesivo, el autor— se encuentra a punto de presentaros a su hijo —en lo sucesivo, el libro—.