Buscando algo bueno del confinamiento (38)

uerido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.

20 de abril 2020

Photo by Bianca Salgado on Pexels.com

Si es que, para colmo, nos lo ponen muy difícil. Así es imposible rascarle a la corona del virus alguna perla con la que traficar de entre la grasa de sus espículas. Porque yo no me creo que a todo un señor general se le escapara lo que terminó soltando por su boca, como si esta no fuera la que contiene la sinhueso, sino parte de un mecanismo esfinteriano, no sé si irredento del cerebro o solo incontinente de una sonoridad pedorra de flatulencia hedionda. ¡Qué vergüenza!, ¿pero no eran los otros los que hacían estas cosas?, ¿o es que Tejero, que venía de ponerle unas flores a la tumba del Caudillo, se nos pasó por la rueda de prensa para soltarnos un «que no opinen, coño»? Pues no me da a mí que el uniformado en cuestión se estaba haciendo el longui, y que tal vez dijo de verdad lo que dijo. Además, si él solo es un mandao; no hace falta ser un lumbreras para saber de dónde pudo salir inconveniente tan inapropiado en un «sistema democrático contrastado» como el nuestro.
Ayer, mientras se daba el desaguisado, andábamos, como todos los días, dándonos novedades en el grupo de escribidores de Sierra Mágina. Adelaida Porras Medrano, como gran conocedora de la cultura francesa —no en vano, la lengua de Flaubert ha sido su especialidad docente en la universidad de Sevilla—, nos revelaba sus músicas preferidas del país vecino, entre las que, por nombrar algo, nos descubrió la genialidad inclasificable de Daniel Darc. El caso es que, tras lo que dijo que no quiso decir pero ahí quedó corriéndole charreteras abajo al uniformado, me vino a la cabeza el himno por antonomasia de Brassens, que aquí aprendimos en la versión de Paco Ibáñez, y que yo cantaba como un poseso a los trece, catorce años, henchido y hasta ufano por una presunta mala reputación que, con el tiempo, se me hizo endémica, allá en la región de mis pensamientos. Y es que parece ser que a este gobierno no gusta que uno tenga su propia fe.

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