Querido lector: las entradas que te has ido encontrando en mi blog bajo este título han sido fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. En vistas del buen resultado que le están dando a mi salud, tanto de cuerpo como de alma, las seguiré manteniendo. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
15 de junio de 2020
No sé si escribir una novela o una canción es un acto vanidoso. Todo artista que se precie ha de tener la aspiración, no ya de la fama, sino al menos de poder llegar a vivir de lo que hace que, mire usted, puede ser además un trabajo. Y afortunadamente, no solo de reguetón o rimas de Brandon vive el hombre, que hay público para todo, incluidas las canciones tristes y las novelas que te hacen pensar.
El arte es algo excepcional y delicado, pues es a la vez una mercancía y un bien de interés comunitario, por lo que necesita de una protección pública especial. Cuando un Estado no entiende esto, el arte degenera y muere sin remisión. Es otra pescadilla más que se muerde la cola: no se educa para el arte, no se incentiva su consumo; en consecuencia, no da ni puta gana dedicarse a él, porque no todo el mundo va a ganar OT o el Planeta —incluso, comprended que haya quien no aspire a ello—. Claro que, si hablamos de pintura, fotografía o danza, apaga y vámonos. A pesar de todo, siempre habrá alguien que no podrá evitar escribir o cantar o bailar… lo entienda el mundo o no a su alrededor, incluidos los más allegados. Y esto lo digo, mientras veo decir entre lágrimas a la madre de aquel gran músico ya desaparecido: « Esa manifestación de cariño de tanta gente, de tanta gente… todo tan sorprendente para mí… no lo he sabido valorar…»
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