Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
5 de junio de 2020

Todo el mundo anda atareado con los preparativos de la «nueva normalidad», aunque probablemente todo se quede en la vieja anormalidad de siempre: nuestras miserias de costumbre con mascarillas al gusto —bandera de España, «yo amo la Sanidad Pública», dibujitos de Batman o de Ágata Ruíz de la Prada— y el aislamiento social que ya disfrutábamos en espíritu, mucho antes de darle esta concreción física.
Curiosamente, la pandemia me ha hecho echar de menos al pandemónium que componía la parroquia de los viejos bares rockeros. Antros oscuros con ambientador a «water closet», donde, de haber sonado por error un reguetón, habrían lapidado al disyóquey. ¡Benditas aquellas catedrales de la intransigencia musical y bienaventurados sus talibanes vocingleros!, ¡qué pena que «the king of viruses» no haya acabado con el esperpento musical! De momento, sentado en la terraza del bar, mientras saboreo mis primeras cervezas, del interior nos llega ese terrible e insoportable ruido.
Y si el pueblo pide (reguetón, reguetón)
no se lo vo’ a negar (reguetón, reguetón)…
—¡Camarero, la cuenta!