Querido lector: las entradas que te vas a encontrar en mi blog bajo este título son fruto de las reflexiones diarias que he ido escribiendo cada mañana durante el confinamiento en el muro de mi Facebook. Siempre las acompaño además de una canción que por lo general sirve —nunca mejor dicho— de pretexto a lo que escribo.
23 de marzo de 2020

¿No os pasa en estos días que cualquier canción que escuchéis, cualquier poema que leáis os parece hecho para este tiempo de angustia y claustrofobia?… Es como cuando se está enamorado y todas las canciones de amor parecen hablar de ti; o cuando se sufre un desengaño y todas las coplas de cortarse las venas te señalan con el dedo. Con las canciones de Jose Ignacio Lapido ocurre algo parecido: están por encima de lo humano y lo divino; tienen esa intemporalidad que las hace planear ahí arriba, como una certeza o una clarividencia.
Todo esto lo decía, porque -como me temía- ya empiezan a verse oportunas canciones que nos relatan lo evidente, relatos previsibles a modo de diario; hasta concursos literarios sobre el confinamiento. Yo mismo, en estas reflexiones diarias, me estoy uniendo a la impostura. Porque, como dice Lapido, sería mejor dejar todo este palabrerío agonizar en una caja, para abrirla mucho tiempo después, falsificando el futuro después de inventar los recuerdos. Pues ya lo sabéis, si alguno estáis de acuerdo conmigo, os estaré esperando en la escalera de incendios.