Tiempo de Series│Tiempo de Cómics│Tiempo de Relatos
«Como decíamos ayer: deben viajar a 1971, a Bélmez de la Moraleda, provincia de Jaén. Su misión -si quieren aceptarla-, es evitar que desaparezacan para siempre “las caras de Bélmez”»
–Salvador Martí, subsecretario de Misiones Especiales, Ministerio del Tiempo-

Imagino a Javier Olivares, aquel joven de veintitantos que escribía en La Luna de Madrid -la revista de la Movida que hacían unos ¿pijos para pijos?-, mordiéndose la lengua por no desvelar que, en realidad, todas las paranoias que ya escribía, salían de los viajes en el tiempo que llevaba a cabo junto a su hermano Pablo, todo ello propiciado por el hecho de que ambos eran poseedores de un gran secreto: un libro mágico llamado «El libro de las puertas».
Como a los hermanos Olivares -y salvando las distancias-, a los hermanos Cano siempre nos han apasionado las mini-historias de la historia o intra-historias. Y no solo nos pirramos por todas esas cosas normales o extraordinarias que les ocurre a la gente de a pie, mientras unos pocos ¿elegidos? llenan con sus gestas y sus desatinos los libros de historia; sino que también, como rezaba el título del libro infantil que nos metió el gusanillo, nos llaman la atención las cosas de andar por casa que les pasa a los personajes históricos, a los «Héroes en Zapatillas». En realidad, aquel libro de Pisani y Gavioli fue un poco nuestro «libro de las puertas». De una manera despreocupada, sus autores iban dando saltos en datos y personajes históricos, llenando sus páginas muchas veces de falsedades y anacronismos; pero, seguramente por esa desfachatez, han inspirado muchos de mis atrevimientos literarios. Era en suma, un libro hecho de golpes de ingenio, de viñetas y pareados, aunque también de páginas serias, con el que nos divertíamos a la vez que aprendíamos Historia con mayúsculas.

Pero volviendo a los hermanos Olivares y a su Ministerio del Tiempo, tal vez sea esta serie y todo lo que le rodea, el ejemplo más claro de cultura participativa -en el sentido que nos hablaba Henry Jenkins-, que podemos encontrar en España. Es más, todas las vicisitudes e incertidumbres que la mencionada serie ha sufrido para estar en antena, han hecho que productores y consumidores hayan experimentado tal identificación, participando e interaccionando con tal fuerza e insistencia que, no solo ha habido fusión e intercambio de roles, sino el nacimiento de una leyenda transmedia con vocación de perdurar en el tiempo.
Puede que, después de esta cuarta temporada a punto de estrenarse -ojalá me equivoque-, no volvamos nunca a ver una nueva temporada del Ministerio tal y como fue concebida; es decir, como serie de televisión en el sentido convencional del término. Pero gracias a la interacción suscitada por la serie a través de las redes sociales, los «Ministéricos» somos una legión que difícilmente dejará que se cierren definitivamente las Puertas del Tiempo.
Sin ir más lejos, yo mismo he decidido abandonar la comodidad de la reserva, para pasar a la acción en mi condición de ministérico, alistándome en uno de los frentes transmediáticos que permanecen abiertos: Tiempo de Relatos. Manteneos atentos a este blog, aunque ya os he dejado una pista en la cita y el enlace con los que he iniciado esta entrada.