«Curioso, ¿eh? La vida de cada hombre afecta a muchas vidas. Y cuando él no está deja un terrible hueco, ¿no crees?»
CLARENCE -Ángel de segunda en busca de sus alas-
Una de mis películas favoritas es el clásico de Capra “ It’s a Wonderful Life” – “Qué bello es vivir“-. La razón es bien simple: en esos días en que me siento en el lado de los perdedores -es decir, la mayoría-, me invade esa misma desesperación que experimenta George Bailey -James Stewart- que le lleva a plantearse el suicidio.
Desde pequeño he fantaseado mucho con ello: ¿cómo serían las cosas si yo no hubiese existido nunca?, ¿cómo sería el mundo? Porque en mi mundo yo soy la pieza más importante, el único personaje imprescindible. Cuando era un crío de ocho o diez años, el mecanismo que me llevaba hasta la gran pregunta era bien simple. Bastaba que las cosas no me salieran como las había planeado y acto seguido agarraba una buena pataleta de esas que me hacían sentir el más desgraciado y el más incomprendido. Entonces, de una forma sobrevenida, casi automática, mi mente se cerraba en banda y activaba el escudo antipersonas. Acto seguido, me enfundaba la máscara de Darth Vader y desde el lado oscuro le declaraba la guerra al mundo, porque yo estaba enfadado con el mundo.

Con los años he aprendido a sacarle partido al maravilloso nicho creativo de mis mundos paralelos. De hecho, el que más me gusta visitar, donde me siento más cómodo, es en este de ahora mismo, en el que me siento un escritor, así dicho con todas las letras, como si fuera tan fácil, porque, ¡pardiez!, hay que echarle un par de narices para intentar dedicarse a estos menesteres. Y es que ciertamente, debo ser un yo diferente que deambula por un mundo atemporal, aséptico y bien lubricado, para llegar a conseguir que la creación fluya sin tropezarse con nimiedades ni rutinas. Aunque a veces, a ese otro yo que soy ahora mismo, a ese escritor desinhibido y sin complejos -¡ja!-, le da por inventar otra realidad nada ideal, sino todo lo contrario, plagada de anónimos antihéroes que malviven en una distopía llena de injusticia y maldad, tal vez no muy lejana a la puta cruda realidad de este plano temporal, del verdadero.
Así pues, cuando no me queda más remedio que centrarme en las cosas terrenales del mundo presente y me empapo de problemas hasta mojarme por dentro, se siguen encendiendo en mi cabeza las mismas lucecitas rojas de alerta que cuando era un niño. Y no es que los sinsabores del presente me resulten mayores que los de entonces , pues igual de terrible puede ser, pongamos un ejemplo, un divorcio para un adulto, que las calabazas de María en el baile de fin de curso para un adolescente. Lo que me parece ahora un tanto pueril, es que la reacción siga siendo la misma o parecida: me encierro en mi caparazón y fantaseo desde la autocompasión con la posibilidad de desaparecer de la faz de la tierra -de esta tierra, para marcharme a esas otras que me invento- y que se las apañen sin mí.
Y lo pienso a veces, debe ser una reacción bastante normal que no debe preocuparme en exceso. Solo tengo que dejarme llevar y respetar la secuencia de mis propios mecanismos de defensa. Y está claro que para que se encienda la luz y suenen mis alarmas, antes ha tenido que instalarse en mi cabeza una desesperación inquietante, desencadenante al fin y al cabo de un proceso creativo interesante.
No sé, si como en la película de Capra, me asiste un ángel de la guarda como Clarence, aunque sea de segunda, y con la misma ansiedad e incluso desesperación por conseguir sus alas, pero el caso es que siempre termino planteándome la sempiterna pregunta mientras seco mis ropas tras un nuevo fracaso: ¿cómo sería la vida sin mí?.
Entonces, mientras el vértigo de mis pretendidos aciertos proyectados a la velocidad de mi mente mitigan mi dolor, mientras me lamo las heridas imaginando la película de mi “no vida”, fuera, lejos del lado oscuro, imagino que alguien, aunque no sea toda la ciudad, aunque no sea todo el país, aunque no sea todo el planeta, está pensando en mí o ,simplemente, sonriendo mientras lee mis variaciones sobre mí mismo.