Apenas llevaba unas semanas aquí, en las que mi actividad se limitaba en ir del trabajo a la cama, en una de las más grandes y populosas ciudades dormitorio que rodean la capital
- Aluche station
«Sigo sentado en un banco del parque de Aluche y ya es noche cerrada. Le doy una calada a mi Lucky Strike y miro, a mi derecha, como llega el metro lleno de luces, porque a la parada de Aluche el metro llega sobre la superficie de la tierra, lo que le da a la cosa un aire neoyorquino. Así que apuro la última calada de mi rubio americano, que refulge en la oscuridad, y me siento el protagonista de una novela beat».
-SERGIO C. FANJUL-
Recuerdo la primera vez que salí por la ciudad de Madrid. Apenas llevaba unas semanas aquí, en las que mi actividad se limitaba en ir del trabajo a la cama, en una de las más grandes y populosas ciudades dormitorio que rodean la capital. Mis compañeros debieron apiadarse de mí y decidieron llevarme de ruta por el Foro. Para ponernos en contexto, diré que hace ahora justo 25 años de aquello, y que este señorito andaluz -porque esa es mi procedencia y entonces era un señorito, es decir, estaba soltero-, aunque conocía cuál era la dinámica de funcionamiento del karaoke, nunca había tenido la ocasión de visitar uno. Fue por ello, que tuvieron a bien que saliéramos por Huertas, y así poder presenciar mi desvirgamiento karaokero, que no musical. Yo, que un par de años atrás había sido el bajista de un nada despreciable cuarteto pop, el cual, como otros muchos grupos, había muerto apenas nacer -más bien por las desavenencias sentimentales entre el guitarrista y la cantante, que por falta de ganas e ideas-, estaba realmente ansioso por quitarme el mono. Había escogido para mi bautizo uno de mis temas preferidos de mi más mejor autor preferido de todos los tiempos: El sitio de mi recreo de Antonio Vega. Cuando llegó mi turno, me dirigí hacia el pie de micro con toda la decisión del mundo; vamos, como el profesional que me creía… de la farándula musical, que no del karaoke, porque, antes de comenzar a cantar, como si estuviera en un concierto, me dispuse a dedicar la canción a su autor, confesando de paso mi devoción y deseándole buenaventura en su quehacer musical y existencial. No obstante, hacía poco que había visto al chico triste y solitario actuar en Granada, donde dio una de sus habituales «espantás». Como podéis imaginaros, la cara que puso la parroquia del karaoke no fue precisamente de admiración, sino más bien de vergüenza ajena por lo que acababa de hacer. Según parece, el paleto en cuestión, había querido subir un peldaño más con el karaoke, dándole un empaque como de bolo. No creo que yo fuera el inventor del formato de OT, pero sí que me vale mi anécdota de viejuno para ilustrar lo que deben sentir el 90% de los usuarios de Facebook, cuando se encuentran con un post con más o menos pretensiones estilísticas, pero con evidentes intenciones creativas o literarias.
Cuando llegó mi turno, me dirigí hacia el pie de micro con toda la decisión del mundo; vamos, como el profesional que me creía…
Un día, porque la vida es así y las coincidencias nunca existen en el algoritmo del face, me topé -como dejé entrever en otra entrada de este blog-, con el muro de Sergio C. Fanjul y un largo y hermoso post, donde un antiguo cine abandonado se iba a transformar, por obra y gracia del dinero y de las turistificación que de un tiempo a esta parte se estaba apoderando del barrio de Lavapiés, en un hotel que contaría con más de 1000 plazas. Lo leí de un tirón, con avidez, y le di lo que para mí fue el like más sincero en meses; había nacido el principio de un largo y provechoso seguimiento en redes. Me sentía completamente identificado con aquella manera de transgredir la red color azul marino -que diría él-, porque de una manera tímida -quizá recordando mi experiencia con el karaoke-, yo lo había hecho también en alguna ocasión, con la consiguiente reprimenda de alguna de mis queridas o desconocidas virtuales amistades, que me soltó en plan Homer Simpson un «ME ABURROOOO!!!», así, en mayúsculas y con repetidos emoticonos de carita ligeramente fruncida. 🙁🙁🙁🙁🙁
Recientemente, C. Fanjul ha publicado en Círculo de Tiza, La vida instantánea, donde se compilan una serie de post del autor publicados entre enero de 2017 y enero de 2018
Recientemente, C. Fanjul ha publicado en Círculo de Tiza, La vida instantánea, que compila una serie de post del autor publicados entre enero de 2017 y enero de 2018, donde imagino, que habrá usado de criba para la selección de sus textos el número de me gustas recibidos. Aunque no sea así, sea cual sea el criterio que se ha seguido, me parece esta una gran noticia para la literatura transmedia, donde lo que en un principio podría interpretarse como una vuelta atrás, supone una vuelta de tuerca a las posibilidades de las redes sociales; alguien que hace literatura en Facebook, la red que utilizan los viejos, estirando sus post como chicles, para desagrado generalizado del lector milenial.
Yo me alegro mucho por Sergio, no solo porque a pesar de la virtualidad se muestre adorablemente cercano en las redes; además, por la vanagloria de decirle al mundo «¡eh!, que yo viví en directo el nacimiento del post como género literario». Pero me alegro sobre todo por la valentía y el riesgo que le pone a la literatura, sin temor a equivocarse -¡Bendito descaro de juventud, y que dure!-.
Sus post sobre el Carrefour de Lavapiés son, además, mis preferidos. Probablemente en ello tenga mucho que ver la tira de años que un servidor trabajó para esta multinacional francesa. Pero no me queda más remedio que rendirme ante la veneración casi adictiva que le profesa, hasta el punto de querer ser corresponsal permanente en él; todas y cada una de las 24 horas que permanece abierto al público. Un horario, por otra parte, que se asemeja bastante al que yo tenía cuando trabajaba en uno de ellos, teniendo en cuenta que, como buen jefe, no lograba nunca desconectar del todo. Mucho menos, cuando mis superiores, ¡eureka!, descubrieron el gran invento de los grupos de wasaps.
Pero volviendo a mis principios madrileños, después de unos meses «dormilaborando» en «Bróxtoles», me instalé en el barrio de Aluche. Aquí llevo desde entonces, como si fuera -tal que el C. Fanjul cronista de la villa-, protagonista de una novela beat, mientras espero un metro que llega a esta estación tan neoyorquina; un metro lleno de luces que blanqueen el alma de este viejo perro oscuro.